Dado condicionalmente.



Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Romanos 8:5.

Cristo prometió el don del Espíritu Santo a su iglesia, y la promesa nos pertenece tanto a nosotros como a los primeros discípulos. Pero como toda otra promesa, se da con ciertas condiciones.

Son muchos los que profesan creer y atenerse a las promesas del Señor; hablan de Cristo y del Espíritu Santo; mas no reciben beneficio, porque no entregan sus almas a la dirección de los agentes divinos.

No podemos nosotros emplear el Espíritu Santo; el Espíritu es quien nos ha de emplear a nosotros. Por medio del Espíritu, Dios obra en su pueblo “así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filipenses 2:13. Pero muchos no quieren someterse a ser guiados. Quieren dirigirse a sí mismos. Esta es la razón por la cual no reciben el don celestial.

Únicamente a aquellos que esperan humildemente en Dios, que esperan su dirección y gracia, se da el Espíritu. Esta bendición prometida, pedida con fe, trae consigo todas las demás bendiciones. Se da según las riquezas de la gracia de Cristo, quien está listo para abastecer a toda alma según su capacidad de recepción.

El impartimiento del Espíritu es el impartimiento de la vida de Cristo. Únicamente aquellos que son así enseñados por Dios, únicamente aquellos en cuyo interior obra el Espíritu, y en cuya vida se manifiesta la vida de Cristo, pueden ocupar la posición de verdaderos representantes del Salvador.

Cristo prometió que el Espíritu Santo habitaría en aquellos que luchasen para obtener la victoria sobre el pecado, para demostrar el poder de la fuerza divina dotando al agente humano de fuerza sobrenatural e instruyendo al ignorante en los misterios del reino de Dios.

Cuando uno ha quedado completamente despojado del yo, cuando todo falso dios es excluido del alma, el vacío es llenado por el influjo del Espíritu de Cristo. El tal tiene la fe que purifica el alma de la contaminación. Queda conformado con el Espíritu, y obedece a las cosas del Espíritu. No tiene confianza en sí mismo. Para él, Cristo es todo y está en todo.—Obreros Evangélicos, 301-304.

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