Lo que hace la oración.



Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe. Hebreos 10:22.

No puede haber verdadera oración sin verdadera fe.“Sin fe es imposible agradar a Dios”. Hebreos 11:6. La oración y la fe son los brazos por medio de los cuales el alma se abraza del amor infinito, y se toma de la mano del poder celestial. Dios no acepta hijos mudos, en lo que a su experiencia con respecto a la verdad se refiere. La fe es un poder activo y dinámico.

La fe en Cristo, cuando comienza a manifestarse, se revela mediante la oración y la alabanza. La oración es un alivio y un consuelo para el alma perturbada. El alma sincera y humilde que suplica ante el trono de la gracia, puede saber que está en comunión con Dios por medio de los instrumentos divinamente señalados, y tiene el privilegio de comprender qué es Dios para el creyente.

Debemos entender cuáles son nuestras necesidades. Debemos tener hambre y sed de la vida en Cristo y por medio de Cristo.Entonces acudiremos a él con humildad y sinceridad, y nos otorgará la fe que obra por el amor y purifica el alma.

Cristo se entregó a sí mismo voluntaria y alegremente para cumplir el propósito de Dios “haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2:8. En vista de que ha hecho todo esto, ¿nos costará mucho negarnos a nosotros mismos?

¿Evitaremos participar de los sufrimientos de Cristo?Su muerte debiera sacudir cada fibra de nuestro ser, disponiéndonos a consagrar a su obra todo lo que tenemos y somos.

Al pensar en lo que ha hecho por nosotros, nuestros corazones se debieran llenar de gratitud y amor, y debiéramos renunciar a todo egoísmo y pecado. ¿Qué deber podría dejar de cumplir el corazón, si toma en cuenta la influencia constrictiva del amor a Dios y a Cristo? “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Gálatas 2:20.

Relacionémonos con Dios mediante una obediencia señalada por la abnegación y el sacrificio. La fe en Cristo siempre conduce a una obediencia voluntaria y alegre. Murió para redimirnos de toda iniquidad, y purificar para sí mismo un pueblo peculiar, celoso de buenas obras. Debe haber perfecta conformidad en pensamientos, palabras y obras, a la voluntad de Dios. El cielo es sólo para los que han purificado su alma mediante la obediencia a la verdad.*
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