Esperanza y salvación del mundo.

Los que confían en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre. Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así Jehová está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre. Salmos 125:1-2.


Fue la cruz, instrumento de vergüenza y tortura, la que trajo esperanza y salvación al mundo. 

Los discípulos no eran sino hombres humildes, sin riquezas, y sin otra arma que la palabra de Dios; sin embargo en la fuerza de Cristo salieron para contar la maravillosa historia del pesebre y la cruz y triunfar sobre toda oposición.Aunque sin honor ni reconocimiento terrenales, eran héroes de la fe. De sus labios salían palabras de elocuencia divina que hacían temblar al mundo. 

En Jerusalén, donde dominaban los más arraigados prejuicios y las más confusas ideas acerca de Aquel que fuera crucificado como malhechor, los discípulos predicaban valientemente las palabras de vida y exponían a los judíos la obra y la misión de Cristo, su crucifixión, resurrección y ascensión.

 Los sacerdotes y magistrados se admiraban del claro e intrépido testimonio de los apóstoles. El poder del Salvador resucitado investía a los discípulos, cuya obra era acompañada de señales y milagros que diariamente acrecentaban el número de creyentes. 

A lo largo de las calles por donde pasaban los discípulos, el pueblo colocaba sus enfermos “en camas y en lechos, para que viniendo Pedro, a lo menos su sombra tocase a alguno de ellos”.También eran traídos los afligidos por espíritus inmundos. Las multitudes acudían a los discípulos y los sanados proclamaban las alabanzas de Dios y glorificaban el nombre del Redentor.

Vanos fueron todos los esfuerzos hechos hasta entonces para suprimir la nueva doctrina; pero los saduceos y fariseos resolvieron conjuntamente hacer cesar la obra de los discípulos, pues demostraban su culpabilidad en la muerte de Jesús. Poseídos de indignación, los sacerdotes echaron violentamente mano a Pedro y Juan y los pusieron en la cárcel pública. 

No se intimidaron ni se abatieron los discípulos por semejante trato... El Dios del cielo, el poderoso Gobernador del universo, tomó por su cuenta el asunto del encarcelamiento de los discípulos, porque los hombres guerreaban contra su obra. Por la noche, el ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel y dijo a los discípulos: “Id, y estando en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida”.—Los Hechos de los Apóstoles, 64-66. 

Poco antes de su crucifixión, Cristo había dejado a sus discípulos un legado de paz: “La paz os dejo—dijo—, mi paz os doy... Esta paz no es la paz que proviene de la conformidad con el mundo. Cristo nunca procuró paz transigiendo con el mal. 

La que Cristo dejó a sus discípulos es interior más bien que exterior, y había de permanecer para siempre con sus testigos a través de las luchas y contiendas.—Los Hechos de los Apóstoles, 69. 


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