Glorificado ante el universo.

Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Juan 17:4. 

Al resucitar a Cristo de los muertos, el Padre glorificó a su Hijo delante de la guardia romana, delante de las huestes satánicas, y delante del universo celestial. 

Un ángel poderoso descendió, vestido con la panoplia del cielo, ahuyentando las tinieblas a su paso, y después de romper el sello romano hizo rodar la piedra del sepulcro como si hubiera sido un pedrusco, deshaciendo en un instante el trabajo que había realizado el enemigo. Se oyó la voz de Dios que llamaba a Cristo de su prisión. 

La guardia romana vio a los ángeles celestiales postrarse reverentemente delante de Aquel a quien ellos habían crucificado, en tanto que el Señor proclamaba sobre el sepulcro abierto de José: “Yo soy la resurrección y la vida”.¿Podemos sorprendernos ante el hecho de que los soldados cayeran en tierra como muertos? 

La ascensión de Cristo al cielo, en medio de una nube de ángeles celestiales, lo glorificó.Su gloria encubierta brilló con todo el fulgor que el hombre mortal podía soportar y vivir.Vino a este mundo como hombre; ascendió a su hogar celestial como Dios. Su vida humana estuvo llena de tristeza y dolor, debido al cruel rechazo que sufrió de parte de aquellos a quienes vino a salvar; pero al hombre se le permitió verlo fortalecido, al observar su ascensión gloriosa y triunfal rodeado por una hueste de ángeles. 

Al mismo ser celestial que anunció su advenimiento al mundo se le permitió asistirle en su ascensión, y demandar una entrada triunfal para el Ser real y glorificado: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas—exclaman al acercarse a los portales celestiales—... ¿Quién es este Rey de gloria?” Y de millares y diez millares de voces procede la respuesta: “Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla”. Salmos 24:6-7. 

De ese modo fue contestada la oración de Cristo. Fue glorificado con la gloria que tenía con su Padre antes que el mundo fuese. Pero en medio de esta gloria Cristo no pierde de vista a los suyos que trabajan y luchan sobre la tierra. Tiene que hacerle un pedido a su Padre. Le pide a la hueste celestial que se aparte hasta que él queda en presencia directa de Jehová, y entonces le ofrece su petición en favor de sus escogidos. 


“Padre—le dice—, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo”. Juan 17:24.Entonces el Padre declara: “Adórenle todos los ángeles de Dios”. Hebreos 1:6. La hueste celestial se postra delante de él y eleva un canto de triunfo y de regocijo. 

La gloria rodeó al Rey del cielo y fue vista por todas las inteligencias celestiales. Las palabras no pueden describir la escena que tuvo lugar cuando el Hijo de Dios fue reinstaurado públicamente al lugar de honor y gloria al cual había renunciado voluntariamente cuando aceptó la humanidad.

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