Un poder misterioso que convence.

¿Como se justificará el hombre con Dios? ¿Cómo se hará justo el pecador? Sólo por intermedio de Cristo podemos ser puestos en armonía con Dios y con la santidad; pero ¿cómo debemos ir a Cristo? Muchos formulan hoy la misma pregunta que hizo la multitud el día de Pentecostés, cuando, convencida de pecado, exclamó: “¿Qué haremos?” La primera palabra de la contestación del apóstol Pedro fué: “Arrepentíos.” Poco después, en otra ocasión, dijo: “Arrepentíos pues, y volveos a Dios; para que sean borrados vuestros pecados.”1 

El arrepentimiento comprende tristeza por el pecado y abandono del mismo.No renunciamos al pecado a menos que veamos su pecaminosidad. Mientras no lo repudiemos de corazón, no habrá cambio real en nuestra vida. 

Muchos no entienden la naturaleza verdadera del arrepentimiento. Muchas personas se entristecen por haber pecado, y aun se reforman exteriormente, porque temen que su mala vida les acarree sufrimientos. Pero esto no es arrepentimiento en el sentido bíblico. Lamentan el dolor más bien que el pecado.Tal fué el pesar de Esaú cuando vió que había perdido su primogenitura para siempre.

Cuando Satanás acude a decirte que eres un gran pecador, alza los ojos a tu Redentor y habla de sus méritos.Lo que te ayudará será mirar su luz. Reconoce tu pecado, pero di al enemigo que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,” y que puedes ser salvo por su incomparable amor.

 El Señor Jesús hizo una pregunta a Simón con respecto a dos deudores. El primero debía a su señor una suma pequeña y el otro una muy grande; pero él perdonó a ambos, y Cristo preguntó a Simón cuál deudor amaría más a su señor. Simón contestó: “Aquel a quien más perdonó.”

Hemos sido grandes deudores, pero Cristo murió para que fuésemos perdonados.Los méritos de su sacrificio son suficientes para presentarlos al Padre en nuestro favor.Aquellos a quienes ha perdonado más le amarán más, y estarán más cerca de su trono para alabarle por su grande amor y su sacrificio infinito.Cuanto más plenamente comprendemos el amor de Dios, mejor nos percatamos de la pecaminosidad del pecado.

Cuando vemos cuán larga es la cadena que se nos arrojó para rescatarnos, cuando entendemos algo del sacrificio infinito que Cristo hizo en nuestro favor, nuestro corazón se derrite de ternura y contrición.

White, G. Elena, (1993) (pág 23-35). El camino a Cristo.

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