El conflicto es por nosotros.

Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. Apocalipsis 3:21.


Estas son las palabras dichas por nuestro Sustituto y Garantía.

El que es la Cabeza divina de la iglesia, el más poderoso de los vencedores, mostrará a sus seguidores su vida, sus afanes, su abnegación, sus luchas y sufrimientos, y luego, el desprecio, el rechazo, el ridículo, las burlas, los insultos, el escarnio, la falsedad, y finalmente les señalará desde el camino al Calvario hasta las escenas de la crucifixión, para que cobren ánimo y avancen en demanda de la meta para recibir el premio y la recompensa prometidos a los vencedores.

El plan de salvación no se aprecia como debería apreciarse. No se lo discierne o comprende. Se lo estima como un asunto común. No se advierte que para unir lo humano con lo divino se requirió el ejercicio de la Omnipotencia.

Cristo, al cubrir su divinidad con la humanidad, elevó a la humanidad en la escala del valor moral hasta colocarla en una dignidad infinita ¡Qué condescendencia de parte de Dios y de su Hijo unigénito, que era igual con el Padre!.

Ha sido tan grande la ceguera espiritual de los hombres, que han procurado hacer ineficaz la Palabra de Dios. 

Con sus tradiciones han declarado que el gran plan de salvación se preparó para abolir la ley de Dios y terminar con su vigencia.En cambio, el Calvario es el poderoso argumento que prueba la inmutabilidad de los preceptos de Jehová.

La condición del carácter debe compararse con la gran norma moral de justicia.

 Debe haber una búsqueda de los pecados peculiares que han sido ofensivos para Dios, que han deshonrado su nombre y apagado la luz del espíritu, y matado el primer amor del alma. 

Se asegura la victoria mediante la fe y la obediencia.
La tarea de vencer no ha quedado restringida a los días de los mártires. Nosotros debemos luchar en estos tiempos de sutil tentación y mundanalidad.


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