Dios me ha elegido.

Dios me ha elegido.

Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad. 2 Tesalonicenses 2:13.



En este texto se revelan dos instrumentos para la salvación del hombre: la influencia divina; la poderosa fe viviente de los que siguen a Cristo.

La santificación es la obra, no de un día ni de un año, sino de toda la vida. La lucha para vencer el yo, para lograr la santidad y el cielo es una lucha que dura toda la vida.

La santificación de Pablo fue el resultado de un conflicto constante con el yo. Dijo él: “Cada día muero”. 1 Corintios 15:31... Mediante un esfuerzo incesante mantenemos la victoria sobre las tentaciones de Satanás.

 La integridad cristiana debe procurarse con energía irresistible, y debe ser mantenida con resuelta firmeza de propósito. 

Hay una ciencia de cristianismo que debe ser asimilada: una ciencia más profunda, amplia y alta que cualquier ciencia humana así como los cielos son más altos que la tierra. 

La mente ha de ser disciplinada, educada, preparada; pues hemos de prestar servicio para Dios en formas que no están en armonía con las inclinaciones innatas.Hay tendencias al mal hereditarias y cultivadas que deben ser vencidas.

La palabra que fue hablada a Jesús en el Jordán abarca la humanidad. Dios habló a Jesús como representante nuestro.Con todos nuestros pecados y debilidades, no somos puestos a un lado como indignos. “Nos hizo aceptos en el Amado”.Efesios 1:6. 

La gloria que descansó sobre Cristo es una prenda del amor de Dios por nosotros. Nos dice del poder de la oración: cómo la voz humana puede llegar al oído de Dios y nuestras peticiones pueden encontrar aceptación en los atrios celestiales.

La luz que se derramó de los portales abiertos sobre la cabeza de nuestro Salvador, se derramará sobre nosotros cuando oramos pidiendo ayuda para resistir la tentación. La voz que habló a Jesús dice a cada alma creyente: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia”. ELC 28.5


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